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La diferencia entre negocios y empresas

Empresas y negocios

En los últimos años se ha impuesto el término «start up» para definir empresas recién creadas básicamente dedicadas a un negocio relacionado con la tecnología. Así han surgido los emprendedores donde antes había empresarios. Pero en realidad cualquier empresa que empieza es una start up y un emprendedor es un empresario que empieza. Hasta los hay que después de años de actividad siguen llamando start up a su empresa o negocio. Será que les parece un término más romántico o menos quemado o vaya usted a saber. El caso es que para mí una empresa es una empresa y una start up no es más que una empresa que empieza.

Pero donde sí veo diferencias es en crear una empresa y emprender un negocio. Puede que para algunos sea una diferencia semántica menor pero yo creo que es una diferencia de Visión y Misión del que, o de los que, la crea y es fundamental para el futuro de la misma y el peso que tendrá en, digamos, el ecosistema empresarial de una región. Y de esos dos términos tan manidos, y que aplicamos más bien poco, deriva la Cultura que será importante para establecer la diferencia que tiene un negocio de una empresa. Otro día hablaré en este blog de visión y misión (aunque hablé de ellos pero aplicado al enfoque de la transformación digital) pero mientras podéis leer sobre la Cultura de Empresa y su importancia.

Entonces ¿cuál es la diferencia entre un negocio y una empresa?

Básicamente uno crea una empresa (start up, si queréis, cuando empieza) si lo que quiere es que crezca, que gane (mucho) volumen con el tiempo, si quiere ganar mercado y cuanto más, mejor, y si una vez alcanzado su primer objetivo de negocio, va a por el segundo y luego a por el tercero. O sea, crece hasta que la competencia, o el mercado, le ponen «un tope». Y crecer es tener más volumen de negocio, más empleados, más recursos … y más problemas. Cuando se tiene la visión de que no solo compramos y vendemos productos y servicios, sino que, además, queremos tener un modelo ganador, posicionarnos y crear valor a accionistas, a empleados y a la comunidad en general, estamos creando una empresa.

Cuando lo que creamos es una empresa para autoemplearnos o tener un pequeño equipo que nos permita mantenernos, nos dé estabilidad laboral aprovechando, eso sí, un oportunidad de mercado en un sector que nos apasiona pero sin ninguna «ambición» por crear algo grande, entonces es un negocio.

Nada es bueno ni malo en sí mismo. Y, por supuesto, todo es respetable y legítimo. Pero las diferencias vienen cuando el negocio o empresa empieza a crecer un poco, se produce un natural relevo generacional o llega un día que, aún siendo pequeño, es apetecible para otros actores del mercado. Ahí se produce la segunda diferencia entre negocio y empresa. Me explicaré.

Cuando uno monta un negocio es normal que llegue un día que te agota su gestión. Ves que no crece, que no despega, que te absorbe la vida, sabes que si te «liaras la manta a la cabeza» y te endeudaras lo elevarías a otro nivel pero eso aumentaría todas esas sensaciones, etc… Entonces llega alguien, una empresa, y te ofrece un dinero por él. Solo hace falta que ese dinero que ofrece tenga para el propietario del negocio el valor suficiente para cubrir sus necesidades futuras y, por supuesto, para dejar de pilotar el negocio. La opción que le queda es seguir «sufriendo» o buscarse una vía de financiación para saltar de negocio a empresa. Unos le llamarán avaricia, codicia o lo que quieras. Yo lo llamo sentido común.

Ahí está la siguiente diferencia entre negocio y empresa, que la primera acaba siendo más vulnerable y eso, que es muy respetable desde el punto de vista del propietario, es un problema para el ecosistema de empresas en general, para los trabajadores y para todo lo que gira alrededor de ese negocio. Esa es la razón por la que vemos tantos cambios en nuestras ciudades. Negocios centenarios que un día desaparecen, falta de tiendas o negocios concretos en según que barrios o municipios.

Al poco tiempo de empezar a trabajar en Planeta me dieron una pequeña lección que se me quedó grabada: «esto es muy simple. Tu haz que el resultado de tu unidad de negocio sea un poco superior a lo que recibiría por los activos el accionista en el banco o en un instrumento financiero y no te preocupes que seguirás por muchos años». Así de fácil.

Por eso soy un gran defensor del equilibrio en el ecosistema, de apoyar a las start-ups pero también a las grandes o ya establecidas, que es necesario tener empresas multinacionales o, por lo menos, con un volumen interesante que les de capacidad de internacionalizarse o crecer, de la necesidad de que los negocios algún día se abran al capital privado, que den entrada a accionistas externos, etc. y hasta del apoyo gubernamental a según que sectores más vulnerables (educación y cultura, por ejemplo). No creo en un sistema que se basa en pequeños negocios, como no creo en sistemas centrados en un único sector o que descuidan cosas como el I+D o la transformación digital.

La demonización «per sé» de las grandes corporaciones es tan infantil como el subir a los altares a los emprendedores y autónomos. De hecho creo que sin un buen equilibrio el sistema no funciona.

Os dejo aquí este artículo en formato podcast y si queréis «oír» mis artículos, os animo a suscribiros a mi canal de Podcasting.

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Imagen del post bajo licencia CC de Rachel Smith
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